Con motivo del Día Mundial del Alzheimer el 21 de septiembre, es fundamental recordar que no solo la edad o la genética son factores determinantes en el desarrollo de la demencia. Años de dificultades sociales, como la pobreza, la falta de acceso a la educación o a la atención médica, así como el estrés crónico, dejan huellas significativas en la salud cerebral y en la vulnerabilidad cognitiva.
Los recorridos de vida fragilizados: un fardo invisible
Un estudio que siguió a más de 2,200 personas mayores de América Latina analizó el impacto del “índice de exposoma social”: cuanto más alto es este índice, mayor es el deterioro en las funciones cognitivas. Incluso sin un diagnóstico de demencia, aquellos que han acumulado dificultades muestran una autonomía y una salud mental comprometidas.
Cambios físicos en el cerebro
Mediante imágenes cerebrales, los investigadores han observado una reducción de la materia gris en áreas clave, como los lóbulos frontales, que desempeñan un papel crucial en la memoria y la toma de decisiones. También han notado que la conectividad cerebral está alterada: los circuitos neuronales parecen verse afectados por el peso de las adversidades acumuladas a lo largo de las décadas.
Un riesgo que se origina desde la infancia
El estudio enfatiza que el origen del declive cognitivo puede manifestarse ya en la infancia, dependiendo de la secuencia de eventos y experiencias adversas. Los investigadores hacen un llamado a fortalecer las políticas sociales: un acceso equitativo a la alimentación, educación, atención médica y a un entorno sin estrés tóxico podría disminuir la prevalencia futura de la enfermedad.
En definitiva, esta nueva conexión entre una vida social difícil y el riesgo de Alzheimer subraya que la prevención está ligada a un recorrido vital, y nos invita a apoyar mejor a las poblaciones consideradas vulnerables desde hoy.
