¿Quién no ha escuchado esa sutil observación disfrazada de falsa preocupación: “Te ves cansada…”, cuando en realidad solo no se ha maquillado ese día? Estas pequeñas frases, aparentemente inofensivas, reflejan una norma profundamente arraigada: la feminidad se asocia a “cuidado”, lo que implica el uso de base, rímel y labial. No ajustarse a esta norma se vuelve sospechoso. Detrás de estas microagresiones existe una idea persistente: el rostro natural de una mujer no sería suficiente.
¿Estar maquillada es igual a ser profesional?
En el imaginario colectivo, el maquillaje es más que un simple complemento: es un símbolo de seriedad. Investigaciones han demostrado que las mujeres maquilladas son percibidas como más competentes, más confiables e incluso más “saludables”. Por el contrario, un rostro sin maquillaje puede asociarse a fatiga o incluso negligencia.
¿Llegas a una reunión sin rímel? Algunas personas asumirán que has dormido mal. ¿No usas base de maquillaje? Te considerarán enferma o triste. Esta lógica crea un paradoja: el maquillaje, que se supone es una elección personal, se convierte en una “herramienta profesional” impuesta. ¿Y si, en lugar de juzgar la eficacia del delineador, nos enfocáramos en… las competencias reales?
El mito del “natural maîtrisé”
¿Pensabas que el movimiento #NoMakeUp iba a cambiar las reglas del juego? No tan rápido. En Instagram, TikTok y YouTube, miles de mujeres han compartido orgullosamente selfies sin maquillaje. Una iniciativa inspiradora que libera los rostros de la dictadura de la “perfección”. Ojeras, rojeces, granos, poros: todo lo que la sociedad nos insta a ocultar se vuelve de repente visible.
Sin embargo, como es frecuente, el sistema se apropió de la tendencia. El famoso “efecto buena cara natural” se ha convertido en una nueva imposición. En otras palabras: parecer maquillada sin que se note. La piel debe lucir fresca, radiante, pero sobre todo homogénea. ¿El resultado? El maquillaje “invisible” ha reemplazado al maquillaje ostentoso como nueva norma. Unestudio de la Universidad de Georgia indica que, a pesar del auge del #NoMakeUp, las ventas de cosméticos no solo no han disminuido, sino que han aumentado. El natural, sí… pero en su versión “curada”, optimizada, comercializada…
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El peso de las pequeñas frases
“Pareces cansada”, “¿Todo bien? Te ves triste”, “¡Oh, no te había reconocido!”… estas observaciones, a menudo dichas con ligereza, cargan un peso considerable. Reflejan una expectativa implícita: que el rostro de una mujer debe estar siempre “mejorado”. Una estudiante citada por Her Campus explica que volvió a usar maquillaje, no por deseo propio, sino para evitar escuchar constantemente el “Te ves enferma”.
El feminismo de las pequeñas decisiones matutinas
Se podría pensar que hablar de maquillaje es superficial. No obstante, esto atañe a un tema fundamental: el derecho a disponer de su propio cuerpo e imagen. El feminismo cotidiano también abarca eso: la libertad de usar o no rímel, sin que una observación inmediata lo siga.
Maquillarse puede ser un placer, un arte, un momento personal. Debería ser una elección, no una condición para ser considerada creíble o agradable. La injusticia no radica en el lápiz labial en sí, sino en las consecuencias sociales que lo acompañan.
En definitiva, la próxima vez que alguien te diga “Te ves cansada”, podrías responder con humor: “No, solo dejé a mi rímel dormir esta mañana”. O puedes optar por no responder, porque tu rostro no debería ser un tema de debate. En el fondo, la verdadera revolución no consiste en eliminar el maquillaje ni en glorificar el no maquillaje. Reside en el respeto por la elección individual.