El rol oculto del sacón, mucho más que un accesorio

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A menudo relegado a la categoría de accesorio de moda, el bolso de mano narra en realidad mucho más que una simple historia de estilo. Objeto cotidiano, es un testigo de lo íntimo, una herramienta de supervivencia, un símbolo de autonomía y, en ocasiones, un arma de resistencia.

Una extensión del cuerpo y de la historia

Desde hace siglos, los bolsos acompañan a las mujeres en el espacio público. A diferencia de las prendas que se ajustan al cuerpo, el bolso se desprende físicamente de este, convirtiéndose en una extensión simbólica del ser. En su interior alberga lo esencial y lo accesorio, lo visible y lo secreto. A través de él, cada mujer transporta un pedazo de su hogar, de sus prioridades, de sus temores y de sus necesidades.

En The Things She Carried, la investigadora Kathleen B. Casey traza la historia cultural del bolso de mano, poniendo en relieve su papel frecuentemente ignorado en las luchas sociales, las construcciones identitarias y las trayectorias individuales. Más que un objeto de consumo, es una herramienta de poder, a menudo empuñada de manera discreta o proclamada abiertamente.

Un instrumento de autonomía

El bolso también representa un espacio de libertad: donde las prendas consideradas femeninas ofrecen pocas o ninguna bolsa, se convierte en una necesidad. Permite llevar consigo lo necesario para curarse, defenderse, expresarse, trabajar y enfrentar lo inesperado. En ciertos contextos, incluso proporciona un espacio de negociación con el mundo exterior, un escudo entre lo íntimo y lo público.

Kathleen B. Casey cuenta cómo, en 1943, Rosa Parks utilizó su bolso de mano para reivindicar un lugar en el autobús reservado para blancos, mucho antes del gesto histórico de 1955 que la hizo famosa. Más tarde, durante el movimiento por los derechos civiles, las mujeres afroamericanas escondían en sus bolsos objetos esenciales para afrontar la violencia: documentos, medicamentos, alimentos y herramientas de autodefensa.

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Un objeto político

El bolso de mano ha sido, a menudo, un marcador de género e incluso un objeto de estigmatización. Las mujeres “butch”, por ejemplo, se alejaban deliberadamente de él para no responder a las normas femeninas esperadas.

Por el contrario, algunas figuras emblemáticas de la comunidad LGBTQ+ lo han apropiado para invertir el estigma: Marsha P. Johnson, ícono de Stonewall, utilizaba su bolso lleno de ladrillos como arma de resistencia frente a la policía. El objeto adquiere, entonces, una dimensión política, social y simbólica. Es, a la vez, reflejo de una condición y herramienta de emancipación.

El bolso como memoria colectiva

En su obra, Kathleen B. Casey también explora episodios históricos significativos donde el bolso se convierte en un testigo. Durante el trágico incendio de la fábrica Triangle Shirtwaist en 1911 en Nueva York, por ejemplo, fueron a menudo los bolsos de mano los que permitieron identificar a las víctimas.

En este contexto, los bolsos eran objeto de vigilancia –las empleadas debían hacerlos inspeccionar– y portadores de dignidad. Lejos de ser un simple “pocketbook”, el bolso se transforma en un espacio de memoria. Un vínculo entre generaciones, un archivo en movimiento de lo que importa y de lo que protege.

Una redefinición contemporánea

Hoy en día, el bolso nunca es neutro. Expresa algo sobre nuestra relación con el mundo, con nuestro género, nuestra seguridad y nuestro estatus social. Puede ser un marcador de moda, una reivindicación feminista o, simplemente, una necesidad práctica. Puede representar un gesto de cuidado hacia uno mismo o una señal enviada a los demás.

Al revelar las múltiples funciones del bolso –utilitaria, afectiva, simbólica, política– Kathleen B. Casey nos invita a reconsiderar estos objetos del día a día. El bolso de mano no es solo un contenedor: es un cuerpo externo, un refugio móvil y, a menudo, una forma discreta de resistencia.

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