Dormir con muchos cojines no es trivial, esto es lo que dice de ti

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Los almohadas que adornan tu cama no son solo decorativas: se deslizan bajo tu rostro, se acomodan entre tus brazos y te envuelven mientras duermes. Juntos, forman un hermoso y suave muro. Dormir rodeado de almohadas no es solo una preferencia, es un deseo que esconde una necesidad profunda de confort y seguridad.

Un refugio emocional

Hay quienes cubren su cama con múltiples almohadas: acolchonadas, bordadas, rectangulares o XL. Aunque pueda parecer que su única función es estética, tal vez no las arrojas de cualquier forma al caer la noche, sino que las recibes con los brazos abiertos en espera del sueño reparador.

No puedes conformarte con una sola almohada, por más suave y cómoda que sea. Necesitas la sensación de ser abrazado. Dormir bajo una montaña de almohadas no es únicamente cuestión de comodidad; estos suaves soportes no solo están ahí para aliviar tus cervicales o acolchonar la cama, sino que se convierten en un verdadero escudo protector.

Este deseo de estar envuelto en un nido puede reflejar una hipersensibilidad o un carácter ansioso. Es una estrategia de auto-cuidado, casi maternal. Algunos psicólogos incluso mencionan las “técnicas de regresión positiva”, que buscan recuperar, a través del cuerpo, la seguridad de la calidez del vientre, de un abrazo o del espacio seguro de la infancia. Por lo tanto, dormir rodeado de almohadas no es un trastorno obsesivo-compulsivo ni una manía, sino una medida de protección. Del mismo modo que los niños llenan sus cunas de peluches, en la adultez, son las almohadas las que cumplen ese rol reconfortante.

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Una búsqueda de control… o de entrega

Cuando tienes todas tus almohadas a tu lado, no te sientes abrumado ni sumergido entre plumas o espuma. Por el contrario, cada almohada tiene su lugar designado: una entre tus piernas, otra bajo tu cuello, y una más que abrazas (a veces con demasiada fuerza). Ninguna de ellas está allí por casualidad.

Esto puede reflejar un deseo de control, una manera de mantener la gestión incluso en momentos de reposo. Sin embargo, por otro lado, apilar almohadas también puede ser una invitación a dejarse llevar por completo. Te entierras bajo capas de suavidad para permitirte rendirte. Es el refugio sensorial definitivo.

Las almohadas como extensión del cuerpo

Finalmente, las almohadas representan una versión más “madura” del peluche infantil. Algunas personas no pueden separarse de ellas y las llevan consigo cada vez que pasan la noche fuera de casa. Quizás tú también transportas tus almohadas: del avión al hotel y del coche a la cama. Tu almohada se convierte así en una extensión de tu ser, un compañero de sueño, un punto de referencia.

Quienes están solos pueden utilizar varias almohadas para compensar la ausencia de una compañía humana. Esto no es triste, sino un acto de bienestar. Es la forma de crear tu propia ternura sin esperar que venga del exterior.

Dormir con múltiples almohadas es un abrazo a tu niño interior. Porque, aunque no haya monstruos bajo la cama o en el armario, hay otro que se llama estrés y que puede mantenerte alejado de Morfeo. Si bien las almohadas son indispensables para las batallas de cojines, también son excelentes aliadas en la lucha contra los miedos.

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