Cuando una mujer alcanza el éxito, la aplaudimos… siempre y cuando se mantenga “agradable”. Apenas demuestra ambición, la etiquetan de “demasiado seria”, “demasiado fría” o incluso “desconectada”. Estos elogios disfrazados revelan una cruda realidad: en el liderazgo, las mujeres navegan en un doble rasero – ninguna victoria se les reconoce sin una dosis de sospecha.
El coste de la autenticidad: el síndrome de la flor alta
Este fenómeno se enmarca en la teoría de la congruidad de roles. Según esta perspectiva, cuando una mujer adopta un estilo de liderazgo ambicioso o autoritario (atributos asociados a los hombres), es percibida como “poco femenina” o “desagradable”. Si opta por un enfoque “más suave”, se la considera “incompetente”: la mujer líder queda atrapada en una norma difícil de alcanzar.
En un artículo publicado en junio de 2025, Charlsie Niemiec menciona el síndrome de la flor alta, que afecta a cerca del 90% de las mujeres consideradas ambiciosas: un éxito percibido como disruptivo, que genera críticas y hostilidad. Concluye: “Las mujeres ambiciosas son sistemáticamente castigadas por existir de manera auténtica” – la ambición femenina se convierte en un acto subversivo.
La ambición femenina no se percibe como tal
Los estudios indican que, para los hombres, la ambición es valorada; en cambio, para las mujeres, se interpreta casi automáticamente como egoísmo o narcisismo. Según Harvard Business Review, esta percepción sesgada hace que sea difícil expresar la ambición sin enfrentar estigmas.
Un sistema que las subestima desde el inicio
En el Women in the Workplace 2024 de LeanIn.Org, aunque la representación de mujeres en posiciones altas aumenta, ellas enfrentan obstáculos particulares: su confianza es considerada asocial, mientras que su empatía es interpretada como falta de autoridad.
Otro estudio, realizado por la Escuela de Administración de Yale, revela que las mujeres tienen un 14% menos de probabilidades que los hombres de ser promovidas anualmente, simplemente porque son juzgadas sistemáticamente como “menos prometedoras”.
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El peso de los estereotipos psicológicos
Un artículo en Psychology Today destaca que cada vez que las mujeres afirman su ambición o confianza, sufren un retorno negativo: son juzgadas de “demasiado egoístas” o “no maternales”, y estas reacciones revelan un profundo sexismo prescriptivo – lo que las mujeres “deberían ser”.
Una sororidad feminista como respuesta
El feminismo, entonces, propone una alternativa: rechazar disminuir la propia voz para agradar, valorar el liderazgo femenino auténtico y cultivar la solidaridad. Las mujeres no deberían estar obligadas a elegir entre éxito y simpatía. Su legitimidad no debería depender de su capacidad para ser “agradables”, sino de su competencia y humanidad.
Cuando se dice de una mujer que es “demasiado ambiciosa” o “demasiado fría”, no es un cumplido. Es un veredicto, un juicio destinado a silenciarla. Detrás de cada éxito femenino, persiste esta sutil llamada: ser competente, pero no demasiado. Hoy, el feminismo es ese movimiento que rechaza estas normas silenciosas. Nos permite existir sin excusas – ambiciosas, enteras y finalmente libres.